por Carola Cares
Mirar hasta el final. Memoria e imaginación (Tiempo Robado editoras, 2023) es el segundo libro de la artista y académica Paula Arrieta Gutiérrez, luego de Si muere Duchamp (2021), publicado por la misma editorial. En este nuevo ensayo, Arrieta recorre los últimos 50 años de la historia de Chile a través de hitos que atraviesan vivencias personales, familiares, colectivas, y memorias rescatadas.
“Todas las historias personales importan y son relevantes para los acontecimientos históricos”
“Cuando empecé a trabajar en este segundo libro, no sabía bien de qué se iba a tratar”, comenta Paula Arrieta. “El primer capítulo, Imaginación y ficción, habla sobre el mural de las bordadoras de Isla Negra, que desapareció después del golpe de Estado. Lo que ahí cuento pasó de verdad: una estudiante dijo en clases que sabía dónde estaba ese mural, que estaba en la casa de Ponce Lerou. Fue una sorpresa, porque todos los años vemos ese tema en clases y, por otro lado, me pareció totalmente posible que el mural estuviera en casa de Julio Ponce Lerou, aunque la historia oficial dice que Guido Girardi lo compró en el Persa en los 80. A propósito de esto pensé escribir una ficción, pero finalmente me decidí por mezclar historias, eventos actuales, etc.”
El epígrafe que seleccionaste: “Quizás la memoria solo consista en mirar las cosas hasta el final” (Yüko Tsushima), me pareció una muy buena síntesis del libro. ¿Por qué la pregunta por la memoria?
Esa cita la leí en El acontecimiento, de Annie Ernaux. Ella es una autora que revisa su vida, hasta esas cosas que una no quiere recordar, que quieres bloquear, y sentí que lo que ella hacía era buscar acordarse de todo. Por otro lado, en mi libro anterior, aparece una idea que leí en Siri Hustvedt, que es que la imaginación y la memoria se generan en el mismo lugar del cerebro. Este libro podría haber sido muy distinto si hubiéramos ganado el plebiscito del 4 de septiembre, pero es un momento de total derrota, muy desesperanzador. Era difícil responder al contexto de los 50 años del golpe de Estado en medio de una derrota tan profunda, así que pensé que la única forma era echar mano a la imaginación. La memoria personal tiene todas esas trampas: no sabemos hasta dónde existe, dónde empezamos a inventar un poco y se vuelve parte de la historia. Me pareció que esa era la única forma razonable de enfrentar este momento.
El libro está conformado por nueve relatos que tienen como punto de partida hitos como el mural recuperado de las bordadoras de Isla Negra, la visita de Sinéad O’Connor y Joan Báez a Chile, el estallido social, el edificio de la UNCTAD III –actual GAM–, el arte en la ciudad. ¿Por qué elegiste estos momentos?
Son cosas con las que yo tenía alguna relación personal. Por el recuerdo de niña, otras que enseño en clases. Traté de buscar momentos que me interesaran personalmente. El penúltimo capítulo, Mirar cada cosa hasta el final, habla sobre la obra de Gonzalo Díaz, y tiene que ver con una admiración y compromiso personal, un agradecimiento hacia su figura, y hacia algo que él aborda claramente en su trabajo, que es el tiempo: las obras de arte parece que llegan tarde siempre, tienen otro tiempo al activismo, son más lentas, y tienen que resistir el paso del tiempo de alguna manera. Si no lo resisten, nadie se acuerda. Esa idea del tiempo que tiene Díaz, me pareció que podía condensar los 50 años. Fija napas en el tiempo.
El ejercicio de reflexión sobre la memoria desde un espacio personal es muy interesante, sobre todo porque nunca es realmente personal, sino que siempre es colectiva. Este libro tiene la particularidad de que, además, está cruzado por la historia del arte chileno.
Mientras escribía este libro, estaba leyendo El nervio óptico de María Gaínza, en el que hace un recorrido por el Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires, y va mezclando las pinturas con sus recuerdos de la infancia, entonces entendí que yo estaba haciendo un recorrido en esa dirección, y de lo que más sé es de arte. Además, soy docente del curso de arte chileno contemporáneo. También hay historias como la de la UNCTAD, que me parece espectacular, el bordado. Ana Mendieta para mí es como Sinéad O’Connor, en mi casa hay dos póster y son de ellas. Quería hablar de Ana Mendieta. Era una excusa hablar de Carl Andre, pero era interesante hablar sobre el Museo de la Solidaridad Salvador Allende, y a través de esa historia hablar de Ana Mendieta. El arte tiene esa particularidad: se va volviendo denso con el paso del tiempo, muy histórico –aunque sea obvio esto que digo–. Y está esta idea de que el arte no sirve para nada pero, entonces, ¿por qué tanto peligro con el arte, si no sirve para nada? Porque tiene capas y capas de memoria, resiste el tiempo, la contingencia, las idas y venidas y toma otro significado. Igual que la memoria de una, empieza a nutrirse de actualidad.
En el contexto actual, de conmemoración de los 50 años del golpe de Estado, pareciera que estamos perdiendo la memoria. Posiblemente hay pocos momentos en los que se ha puesto tan en duda el valor de la democracia y el respeto irrestricto a los derechos humanos. ¿Cómo se lee este libro en ese contexto?
Yo tampoco me hubiera imaginado este escenario, es impensable. Lo escribí como un punto suspensivo sobre una materia distinta a la del olvido. No necesariamente abre la puerta a un futuro prometedor, pero sí trata de recuperar algunas cositas que podrían constituir una historia diferente al rumbo que está tomando ahora. Creo que la memoria personal es muy importante, porque la memoria colectiva es un acuerdo súper necesario, pero las personas se relacionan con la memoria en cuanto les importa. La memoria personal es la que te hace generar cierta empatía con algo, cuando algo te toca. Y eso debería ser el arte también. No es una propuesta de lectura sobre el futuro, sino que son hilos para que una pueda buscar su historia personal. Pienso que le podría interesar a personas de mi generación, pero también le leí algo a mis estudiantes y no conocían a Joan Báez. Les mostré el audio del recital y no lo podían creer. A mí de Joan Báez me contó mi papá. Es como cuando tu abuela te cuenta una historia, no es lo mismo que te lo cuente un libro. Hay algo personal en eso. Después, una cuenta esa historia un poco distinta, y esa modificación me parece buena porque te hace comprometerte con algo.
Dedicaste un capítulo –Tendida sobre tu tumba– a Sinéad O’Connor, ¿Por qué ella ha sido relevante para ti, en tu propio ejercicio de memoria?
Ella ha sido importante para mí desde que tengo 15 años. Tengo fotos de ella en mi casa, póster, soy fan. Tengo todos sus discos, registros de sus recitales, leí su biografía. Siempre me pareció una persona increíblemente conmovedora. Me daba mucha pena el relato oficial –que era una mujer completamente loca, una estrella del pop en desgracia–, recuerdo haber visto la imagen de cuando rompe la foto del Papa y pensar que era alucinante. Y había otra historia, ella siguió haciendo discos, solo que dejó de ser la estrella que fue en un momento. Me pareció que siempre tuvo el corazón en el lado correcto. Ese concierto del que hablo en el capítulo es impactante –organizado por Amnistía Internacional en 1990–. Ella tenía 23 años, venía del otro lado del mundo y le dedicó una de sus canciones más lindas a Rodrigo Rojas de Negri. Me parecía de una lucidez única, de esa gente que no puede dejar de ser transparente.
Comentabas que para algunas personas, había muchas historias desconocidas. Pero otras son contemporáneas de estos relatos. ¿Qué invitación te gustaría hacerle a los y las lectoras?
Me gusta la posibilidad de cruzar cosas que no necesariamente se cruzan. Que tu historia personal importa. Todas las historias personales importan, y son relevantes para los acontecimientos históricos. Diría que la invitación es a habitar la historia; no las que están necesariamente en el libro, pero las historias que a cada uno les han tocado, todas valen la pena y tienen un sentido. Ese sentido debe y tiene el valor de destruir el sentido oficial, hegemónico y el que no incluye afectos, ni a los vencidos. Es una invitación a buscar esas historias propias en las grandes historias.