Antología desobediente.
Verónica Estay Stange (editora y compiladora).
Tiempo Robado Editoras, 2024, 259 págs.
Un interesante trabajo. Subtitulado “Familiares de genocidas. Por la memoria, la verdad y la justicia”. En tres secciones los familiares de genocidas nos dan cuenta de su esfuerzo por lograr la verdad y colaborar con la justicia. En “¿Quiénes somos?” se presentan las organizaciones y sus historias en Chile, Argentina, Uruguay, Brasil, Paraguay, El Salvador, España y Alemania: “El horror tiene rostro. Tiene nombre y apellido. Un día descubrimos que ese rostro, ese nombre y ese apellido eran los de nuestros familiares”… “Durante mucho tiempo esa vergüenza nos mantuvo en silencio y aislados”, “ya no te callas. Hablas y das la cara”. “Es una mínima retribución a las Agrupaciones de Derechos Humanos por el enorme trabajo que durante tanto tiempo han llevado a cabo por nuestra sociedad en su conjunto”.
En “Relatos de vida”, nos presentan sus historias, marcadas por ese descubrimiento que les marcó la vida: “la historia nos ha dado un punto de vista único que nos permite denuncias crímenes atroces desde la propia familia de los criminales”. En “Reflexiones desde y sobre la desobediencia” nos dan cuenta de cómo “las heridas de la historia se extienden a todos los hijos sin distinción”, “no es lo mismo repudiar los actos de una persona querida que los de un sujeto con los que no se tiene vínculo afectivo alguno”.
Al leer este interesante trabajo recordé un artículo que escribí para el Fortín Mapocho hace ya 35 años. Allí decía que “los pueblos africanos tras liberarse del colonialismo,…, buscaron formas de castigo para aquellos que colaboraron directamente con los racistas y colonialista que los segregaron y asesinaron por cientos de años. Decidieron no matarlos ni encarcelarlos, pero sus nombres y fotografías los pusieron en todos los edificios públicos, para que todos los conozcan…”. Argumentaba así mi oposición a la Pena de Muerte, mostrando otros castigos. Pero este libro muestra que, al calor de la aun latente dictadura, me equivoque, porque “ese castigo pertenece a otra cultura, no a la nuestra”, y traspasa la culpa y el castigo a otros, que no tiene que ver con el daño social provocado por sus familiares. Por cierto, en la nuestra debiéramos lograr claridad respecto a las responsabilidades ya que, tal como nos recuerda una de las autoras, “nada justifica que los descendientes sean castigados por los crímenes de sus predecesores”, pues, por cierto, “tal legado supone una carga y un sufrimiento inevitables”.
Este ensayo nos llama la atención sobre problemas actuales de nuestra historia. Lo cual nos da cuenta de lo útil que puede resultar esta lectura. En medio del desafío de encontrar mayor justicia, este libro ayuda a reflexionar respecto de las diversas dimensiones de la tragedia. Me quedo con su gran esfuerzo testimonial y el notable trabajo editorial.
Publicado en la edición de Le Monde Diplomatique de noviembre.