El síndrome del impostor

Presentación de Andrea Palet en el lanzamiento de Si muere Duchamp de Paula Arrieta Gutiérrez
22 de abril de 2021

Agradezco a Paula por escribir este libro y a Gloria Elgueta y Claudia Marchant por publicarlo y por ponérmelo enfrente, porque por experiencias traumáticas que he tenido con textos de teóricos de las artes lo más probable es que yo sola nunca lo hubiese leído, y porque sin querer me forzaron a superar un nuevo episodio de síndrome del impostor, lo que tiene todo que ver con el contenido de este ensayo.

El sindrome del impostor, que se llama así, en masculino, aunque lo sufren muy mayoritariamente las mujeres, es una forma de nombrar esa sensación de todos saben más que yo, no soy capaz, soy un fraude, no tengo posgrado, no sé cosas, cómo voy a presentar este libro si con cueva sé quién es Duchamp, cuando la vida y tu carrera te han enseñado que no es verdad, que sí sabes, que no eres tonta y que ese pequeño infartito que te da ante un desafío estresante, desde hablar en público a asumir un cargo para el que estás preparada de sobra, tiene una dimensión patriarcal; está bien estudiado que las mujeres tenemos problemas para atribuirnos las cosas que hacemos bien, y en cambio los hombres no tienen ninguno. Lo veo por ejemplo en la diferencia numérica entre las personas que mandan manuscritos a mi editorial: casi siempre hombres, muy pocas mujeres.

Paula Arrieta no habla de esto pero sí habla de esto, al discutir el problema irresuelto de la autoría de una obra fundamental para el arte moderno, en un encuadre histórico que no oye a las mujeres y crea con enorme facilidad mitos personalistas (como el del genio) que hasta ahora han favorecido estructuralmente a los hombres. Y habla de esto cuando dice “… en este ensayo me debatí entre agregar o no mis relatos autobiográficos, pues temí que se vieran innecesarios, gratuitos, que terminaran restándole seriedad al texto” y resulta que esos pasajes de su vida son determinantes para dar impulso al ensayo, y uno de ellos, un episodio torturante en la Escuela de Ingeniería con jota de este país, es remecedor e inolvidable.

Y habla de esto porque el tema de fondo acá creo que no es la autoría del famoso urinario de Duchamp, ni los dilemas de la autoría en general, ni siquiera el mito del genio, sino “la coherencia del sistema”, la persistencia del paradigma cultural por el cual el hombre es la medida de todas las cosas y la mujer su variante, lo secundario, lo no estándar, lo olvidable o no tan importante, lo problemático, lo menos bueno.

Volviendo a mi sólido prejuicio y consiguiente hacerle el quite a ciertos textos teóricos, puedo decir con alivio que aquí no hay palabrería indigesta, por el contrario, Si muere Duchamp es un ensayo que es un agrado de leer y que gatilla conexiones, derivadas, reminiscencias, comprensión súbita y muchas ganas de pelear con él, lo que a mí me parece vivificante y positivo. Aquí se entiende para dónde va la autora, o más bien cómo viene y va, cómo rodea, presiona y enlaza; Paula Arrieta no solo tiene la cortesía retórica de ir al punto y no rellenar con material irrelevante, sino que va plantando por aquí y por allá, repartiendo almácigos de sentido en la forma de asociaciones remotas, y esa es, creo yo, la gracia de un verdadero ensayo, que ponga elementos en relación, que te obligue a pensar de nuevo asuntos que ya tenías resueltos, que traiga información nueva (en mi caso referencias de autoras como Linda Nochlin y Suely Rolnik, o varios documentales que ahora quiero ver) y meta en la licuadora materiales que normalmente no van juntos, como biografías de artistas, procesos judiciales y la estructura de las revoluciones científicas de Kuhn. Espero hacerle honor a esta cualidad de disparadora de conexiones no citando tanto del libro como algunas cosas que me hizo pensar.

Una tercera razón por la que les agradezco es precisamente que esto sea un libro. Es decir que una académica y artista haya querido desplegar su argumento en este viejo formato que la academia ya no valora tanto como antes, no le da tantos puntos, pero que está volviendo a ser soporte de resistencia frente al panorama actual de muerte o coma inducido de las tradicionales revistas de ideas. Una ciudadana normal como yo, bien informada pero sin estudios teóricos –el impostor de nuevo–, cuando quería cachar los debates sociales y políticos del momento partía por la prensa, las revistas culturales, los semanarios, las reseñas de libros, la crítica accesible. Todo eso dejó de existir detrás de los muros de pago, también la sección cultura como tal en las grandes cabeceras de prensa. Las editoriales universitarias, que son el lugar obvio para la difusión del pensamiento, están puro pajareando o bien no alcanzan una cota de profesionalismo que las vuelva relevantes para el debate público. Así que celebro toda publicación teórica que haga un esfuerzo por conectar más allá del circuito cerrado de los pares, publicando en una editorial como Tiempo Robado.

Y ya que se menciona el mito de la ciencia quiero cerrar recordando un acontecimiento científico de gran importancia aunque quizás no tan conocido, que viene a dar la razón a Paula y las autoras citadas en el libro, en el sentido de que debemos acelerar la desprogramación, el desmontaje de esa dicotomía que ha situado al hombre del lado de la racionalidad, la objetividad, la universalidad y la verdad, y a la mujer en lo opuesto, la emocionalidad, lo privado, lo subjetivo, lo inestable e inseguro, representado en este libro por la figura de la baronesa Von Freitag-Loringhoven.

En los años 90 un neurólogo portugués, Antonio Damasio, propuso –y justificó en el nivel fisiológico– que las emociones tienen un papel muchísimo más importante del que se creía en los procesos del pensamiento, que de hecho son lo que guía nuestras decisiones y conducta, incluso las que parecen más racionales, y que en eso no hay diferencia entre sexos ni géneros. Así, todo el paradigma cartesiano se tambalea, y lo que aparece como deseable, incluso como la tarea feminista última, es la reivindicación de la complejidad. No queremos o no deberíamos querer simplemente reemplazar la figura del genio por la genia, porque es demasiado fácil y las mujeres estamos acostumbradas a lo difícil. Citando el final de este ensayo,

no bastaría para el ejercicio crítico reemplazar un nombre por otro en los textos de la historia sino interrogar el carácter mismo del relato y sus consecuencias en el pasado, pero sobre todo en el presente. Una concepción activa de la historia, consciente de los prejuicios que han levantado un tipo de acontecimiento por sobre otros, o algunas voces que acallan a las demás, no sólo permitirá actualizar el conocimiento humano sino también conectar de mejor manera con una verdad que, por su carácter intersubjetivo, aporte algo más de justicia y complejidad a la forma que entendemos nuestra realidad (p.97).

Asuntos que no dije [en el lanzamiento]

– Ad hominem como literalmente “al hombre” no me convence. Además en la lógica clásica siempre es una atribución negativa, no cualquier atribución.

– [En el texto, Paula] cita dos procesos judiciales muy atroces, que producen una rabia infinita contra los hombres que están siendo juzgados, queremos que se pudran en la cárcel, eso es así, pero el salto de considerar los argumentos de defensores de acusados de crímenes para algo más que un proceso judicial específico me parece demasiado grande. Porque lo que digan los abogados en un juicio no tiene ningún valor fuera de él. Su compromiso es con su defendido, sacarlo de ahí o aliviarle el castigo a como dé lugar, ese es su trabajo y para eso usan cualquier argumento que tengan a mano, aunque no crean en él, y por lo tanto pueden decir exactamente lo contrario en el siguiente juicio, sin arrugarse, si eso es lo que su cliente necesita.

– El tiempo verbal en presente con el que discurre este libro me descoloca a veces porque, reconociendo la inmensidad de las luchas que faltan, he vivido lo suficiente para notar cambios importantes, incluso de paradigma, y ya experimento muchas situaciones como pasado o como lógicas residuales. La espantosa escena que vivió Paula como estudiante de Beauchef, reducto troglodita macho pro, ya no es admisible, y me consta porque hice el trabajo de campo que se puede hacer en cuarentena y fui a preguntar por estos ritos de humillación intolerables que hasta hace una década se toleraban. Al menos en esa esfera, donde se forma la elite intelectual, política y económica del país como dice Paula, la desprogramación está avanzada.

– Y una pequeña anécdota: en una entrevista dijo Damasio “Fue curioso, porque hasta entonces nuestro trabajo sobre el lenguaje y la percepción había sido muy bien recibido, y nos dijeron que no estudiáramos las emociones, que no eran interesantes. La gente tenía este sesgo cognitivo, y me decía que iba a destrozarme la carrera”

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Andrea Palet es directora de Laurel, editorial chilena fundada en 2014. Periodista de la Universidad Autónoma de Barcelona y columnista en medios, fue editora en Andrés Bello y Ediciones B Chile. Desde 2010 dirige el Máster en Edición y el Diplomado de Corrección de Textos de la Universidad Diego Portales. También es editora de la revista cultural Dossier. Ha sido profesora de estilo y narración para alumnos de Periodismo, Medicina y Economía. En Colombia sus columnas aparecieron en El Malpensante, en Chile en El Mercurio, La Tercera, Paula, Qué Pasa y Capital. Ha sido jurado en numerosas ocasiones de premios de periodismo y de literatura. Publicó una compilación de sus columnas (Leo y olvido) y ha traducido 7 títulos entre novelas y ensayos. Ha editado cerca de 230 libros de narrativa, ensayo, historia y periodismo, principalmente. Recibió el Premio Alejandro Silva de la Fuente 2019 de la Academia Chilena de la Lengua y el Premio a la Edición 2019 de la Cámara del Libro de Chile.