La Fotografía

Reseña a “De la Marcha y el Salto. Chile octubre 2019” (Elgueta y Marchant Comp. y Ed.)

Rodrigo Karmy Bolton. Académico del Centro de estudios árabes, Universidad de Chile.

La ráfaga del 18 de octubre de 2019 aún no pasa. Mas bien, no ha dejado de pasar (nos). Atravesados de ello, su potencia destituyente parece desnudar cada día que las cosas no son como se decía que eran. El 18 de Octubre no es una fecha, mas bien una cifra. No se trata de un “hecho” como de un “acontecimiento” cuya vibración no ha cesado. Incluso con el acuerdo del 15 de noviembre del 2019, las potencias destituyentes se han expresado como un proceso sin principio ni final, con tácticas de ataque y retroceso, con otros modos de anudar las palabras e interrumpir el orden oligárquico de los 200 años de República. Porque no se trató simplemente de romper con la Constitución de 1980 sino con la continuidad oligárquica del Estado de Chile que ahí se condensa. Y, como todo quiebre, ruptura, momento de feliz insurrección, éste no podía venir “desde arriba”, sino de la multiplicidad de luchas capilares que la potencia popular ha dado todos los días y noches para sustraerse a la igualmente múltiple articulación de dispositivos que configuran la biopolítica neoliberal. Biopolítica que, como se repite en los varios ensayos y entrevistas del libro a comentar, en rigor, constituye un mecanismo sistemático de despojamiento y precarización de la vida.

No se trata de la biopolítica del momento keynesiano (analizada por algunas referencias de Michel Foucault) que posibilitaba un dominio de la vida en función de su integración al sistema estatal y al orden de clase; sino de una biopolítica neoliberal que juega exactamente al revés: no intenta “conservar” la vida, sino “abandonarla” completamente a su suerte. De otra forma: el abandono neoliberal expone a la vida a un poder permanente de muerte en que la creación de enemigos invisibles (el terrorismo, el delincuente, los pobres, los virus, entre tantos) resuenan como los dispositivos orientados a la producción del terror generalizado sin fin, en la medida que su invisibilidad pone en cuestión la frontera clara y distinta que ha dividido a Santiago bajo el tótem incrustado en la guerra de nombres persistente que sustituye el nombre Plaza Baquedano dado por la “autoridad” por Plaza Italia (dado por la ciudadanía) y, finalmente, desde octubre de 2019, Plaza Dignidad como un lugar que, a la vez que disuelve la frontera, posibilita el habitar de una forma-de-vida como jamás ha podido hacerlo la biopolítica neoliberal.

Así, el 18 de Octubre irrumpió una fuerza inédita desde el subterráneo del Metro de Santiago. Mas precisamente, en el Metro Baquedano, estación alojada en la frontera de clase de la metrópolis, en el lugar resguardado por un militar monumentalizado a principios de los años 20 por su participación en las guerras que expandieron el territorio chileno desde la segunda mitad del siglo XIX: el general Manuel Baquedano. Como si su monumento fuera el guardián de la frontera que distingue el “abajo” del “arriba”, a los desposeídos de los que lo tienen todo. Desde el subterráneo al que habían estado condenados volaron hacia la superficie, en la intensidad imparable de cuerpos niños, jóvenes, adolescentes que han venido gestando una multiplicidad de insurrecciones desde el año 2006 hasta que el octubre de 2019 contempló impávido su consumación.

De la Marcha y el Salto. Chile, octubre 2019 compilado y editado por Gloria Elgueta y Claudia Marchant condensa el pensamiento que irrumpió ese día. Con profusos ensayos y precisas entrevistas a dirigentes sociales, este libro es sobre todo una experiencia. Más precisamente, me interesa una fotografía que éste lleva en su interior entre las páginas 211 y 214. En ella se exhibe un gesto: escolares protestando en el Metro de Santiago, saltándose el torniquete –es decir, la frontera instituida en la ex Plaza Baquedano- que no era solo una frontera geográfica, sino ante todo biopolítica que separaba a los cuerpos de su potencia, a la vida de sus imágenes. El gesto es un “hacer” humano muy singular: no es arte tampoco política, menos aún su síntesis. Mas bien es su  mutua transfiguración, la imposibilidad de distinguir en una forma-de-vida si es arte o política pues constituye una esfera irreductible que no obedece a los mecanismos  biopolíticos de separación, sino que resiste a ellos interrumpiéndolos, volviéndolos ineficaces, des-operativizándoles

Saltar el torniquete significa hacer del torniquete un mecanismo inservible, destituir la frontera de la Plaza Baquedano y afirmarla éticamente en la forma de la Dignidad. La fotografía expone a secundarios saltando el torniquete, en especial, una estudiante mujer que está de pie sobre uno de ellos y entre las dos direcciones a las que llevan las cavidades del Metro: la dirección Los Dominicos (barrio alto) y dirección San Pablo (barrio bajo). Los secundarixs no se alojan ni arriba ni abajo, sino que justamente en un tercer lugar que comienzan a poblar: entre sus capuchas y sus uniformes que no les uniformiza, la misma fotografía expone una imagen en movimiento, es decir, un gesto, transfiguración de cuerpos que destituyen las fronteras neoliberales y asaltan intempestivamente al presente. Se trata de pararse como un equilibrista entre ambas direcciones para destruirlas y exponer su injusticia.

Pienso que en los numerosos ensayos aquí desarrollados enfatiza el proceso de “precarización de la vida” producto del neoliberalismo y el privilegio que dicha racionalidad ha ofrecido al 1% más millonario del planeta y que, habría que explicar como efecto de la multiplicidad de los dispositivos neoliberales que, con la irrupción de la pandemia del Covid19 se ha mostrado como un arma de destrucción masiva. Y, aunque esta última, junto al terror que generaliza, no ha impedido la proliferación de las revueltas, ha habido una yuxtaposición compleja de una situación radicalmente abierta. Pero los ensayos y entrevistas pueden ser pensados a la luz de esta fotografía en que los estudiantes secundarios irrumpen en un gesto que, en un proceso con intensidades múltiples y de muchas dificultades, ha sobrevivido para dar a luz no tanto una política como una vida ética, es decir, un modo de habitar (usar e imaginar) el mundo en que vivimos. En cuanto libro-experiencia de la Marcha y el Salto no intenta representar a quienes se han movilizado porque no pretende “hablar en su nombre”, sino más bien, se articula como un lugar en el que habitan sus múltiples voces. Si la representación define al “gobierno” por el que arrasa el neoliberalismo contemporáneo, el habitar define a la experiencia de la revuelta cuya intensidad no consiste más en apelar al futuro, sino en aferrarse a un presente desgarrado de porvenir.

                                                                                                                     Marzo 2021