La mano de Gilda

por Verónica González Pereira

Doctora (c) en Filosofía de la Universidad de Chile
Integrante del Grupo de Investigación y
Lecturas Feministas de Valparaíso

Agradecimientos y una anécdota

Inicio este breve escrito con un par de agradecimientos y una anécdota. En primer lugar, agradezco a Gilda Luongo por su invitación a leerla: leer, ante todo, sus sentires y pensamientos impulsados siempre por el lazo con los otros, las otras, les otres. En segundo lugar, agradezco a Claudia Montero que hoy me permite estar ilusoriamente aquí, gracias a su voz y a una especie de juego de ventriloquía llevado a su extremo, porque no sabemos quién es la muñeca y quién es la “que habla con el vientre” cual ventrílocua[1]. En tercer lugar, quisiera contarles que el libro Paso de pasajes. Crítica feminista me ha acompañado durante el último mes en todos mis viajes entre Valparaíso y Santiago, nada extraño pues paso la mitad de la semana en el puerto y paso la otra mitad en la capital. En el pasaje entre ambas ciudades, el libro ha sido más que manoseado –que lo guardo en la mochila, que lo saco de la misma, que lo pongo en mi regazo mientras voy en el bus interurbano o en el Transantiago, que lo vuelvo a guardar y lo vuelvo a sacar, que lo dejo en mi escritorio porteño o santiaguino…–. Cuando me hice consciente de tal ‘manoseo’, no pude más que reír, imaginé que a Gilda le encantaría el hecho de que su libro fuese tan ‘manoseado’. En fin, esta anécdota nimia que me sacó una risotada  y que, quizás, pueda parecerles poco seria para el propósito de presentar un libro –aunque cabría decir con Butler que: “[…] la risa frente a las categorías serias es indispensable para el feminismo”[2]–; esta anécdota nimia impulsó en mí un pensamiento en torno a la figura de la “mano que escribe”, aquella de Gilda, y que es a la vez la mano de la que me tomo cuando leo Paso de pasajes. Crítica feminista. Libro que quisiera empezar a presentar, entonces, por la mano de su misma autora y a pensar tomada de la mano de ella. Gilda escribe:

La sensación de franquear una línea abre este escrito. Texto que anhelo se (des)arme entre manos para abrir, desplegar las palabras ofrecidas por esta voz pasajera, crítica feminista heteróclita. […] Escrituras escogidas por esta mano que escribe a tientas en paso de pasajes. Nunca será toda la escritura. Es solo una parte de ella, fragmentos del ejercicio crítico y columnas de activista. Despliega zonas en las que mi mano pensadora deambuló, navegó, vagabundeó, naufragó, transitó, entró y salió intempestiva, se perdió entre huellas borradas de camino, trazas inesperadas, tembladera de tierras, callejuelas. Su tono a saltos devela la pasión, la vehemencia y a veces la ternura que implicaba el paso hacia lxs sujetos involucradxs. Los pasajes que abrí –razones sin razón y emociones emocionadas–, aparecen dibujados en medio de mapas hechos a mano alzada por otras mujeres. Abiertas, me invitaron a investigar y a escribir siempre respetuosas de este pensar y sentir: coexistir entrelazadas. En otras ocasiones, como feminista suelta, los pasajes me llevaron por senderos que ni bien sabía para dónde iban. Laberintos. (“De cara a la escritura”, 27)

Una mano que acaricia, una mano en revuelta

Paso de pasajes. Crítica feminista está formado por diversos escritos, diferentes entre ellos mismos tanto en su forma como en su contenido, y que difieren en el tiempo de su respectiva publicación –“[…] un tiempo largo de muertes, nacimientos, transformaciones, pérdidas, iluminaciones, encuentros, hallazgos, metamorfosis”, según manifiesta Gilda (Ibíd.)–. Diversidad, diferencia y diferimiento que hace de este libro, un libro sin pretensión alguna de totalización y abierto inclusive en su última página. Si digo esto, ante todo, si digo la diversidad, la diferencia y el diferimiento antes de decir o pretender decir Paso de pasajes… como un todo, es por la injunción ‘estética-ética-política’ que, al menos para mí, se deja leer en los textos de Paso de pasajes…, reunidos según una unión que no hace comunidad homogénea ni homogeneizante. Con otras palabras, diría que la mano de Gilda acaricia las “diferencias diferentes” –expresión que ella escribe en reiteradas ocasiones a lo largo y ancho de su libro–, las acaricia con la misma mano que escribe, a condición de que entendamos que “la caricia consiste en no apresar nada”[3], tal como habrá planteado Levinas, ella no busca una mano dada en el contacto que pueda convertirse en nuestra de algún modo, porque la caricia “no sabe lo que busca”, es como un “juego” con algo diferente que se sustrae siempre e infinitamente y que no podemos llegar a tocar propiamente (ni poseer), es el juego o la búsqueda misma “sin plan ni proyecto”. “No saber” y “desorden fundamental”[4] que le es esencial a la caricia, según las enseñanzas de Levinas. Gilda acaricia, entonces, las “diferencias diferentes” porque las escribe, sobre todo, respetándolas en su alteridad radical, y tal vez esto diga la insistencia que marca su propia expresión. Gesto tan amoroso como ‘estético-ético-político’ que leo, por ejemplo, en el ensayo crítico dedicado a la poeta y escritora mejicana Rosario Castellanos, donde Gilda escribe:

Rosario Castellanos cayó en mis manos con su poesía, sus novelas, su obra de teatro, ensayos sobre literatura, notas periodísticas escritas en Excélsior y sus cartas de (des)amor. Como lectora ávida reconocí prontamente la valía de su obra. Me empapé de su propuesta ético-estética como un desafiante ejercicio intelectivo, desestabilizador de los modos habituales de crear desde el lenguaje. Reconocí las estrategias discursivas y poéticas a las que recurría para desmontar los consabidos mitos y sentidos comunes relativos a lo social y cultural en nuestro continente. Me enamoró su atrevimiento feminista. (“Amasijo…”, 45)

Asimismo, en “¿La ciudad de las mujeres? Una ética-política en tus crónicas, Pedro Lemebel”, Gilda se abocará a acariciar y (des)escribir las “diferencias diferentes”, a partir de la petición que le hiciera su gran amigo, él mismo escritor de “diferencias diferentes”. La petición que es también un “deseo” es que ella, “Gigi”, escriba sobre las mujeres de sus crónicas, “que las mujeres de sus crónicas tengan un relieve diseñado desde otra mano, una lectura cercana, cómplice, política” (155). “Complicidad amorosa” con Pedro Lemebel que es al mismo tiempo el “deseo interminable de crear en revuelta”, como Gilda misma expresa (156). Aquí me detengo para advertir que las “diferencias diferentes” que la mano de Gilda escribe no son sinónimo de exotismo, ¡no!, sus textos visibilizan aquellas diferencias encarnadas, marginadas y hasta negadas en su existencia –“cuerpos que importan” dirá, una y otra vez en sus ensayos, reivindicándolos–, y que son cuerpos cuyas manos muchas veces escriben, al igual que ella, para hacer “estallar la exclusión”, hacer “ostensiva la existencia de las desigualdades” y, así, “afirmar la resistencia y la diferencia como zonas vitales valoradas en su radical potencia transformadora” (“Memoria y revuelta…”, 86). Esto último es lo que Gilda sostiene, por ejemplo, gran ejemplo, en uno de sus dos ensayos consagrados a la poesía creada por mujeres mapuche, entre ellas: Maribel Mora Curriao, Graciela Huinao, Ivonne Coñuecar, y en las que lee/escribe “dos sitios de memoria: infancia y cuerpos femeninos”, y también una “revuelta” (“Memoria y revuelta…”, 85). Revuelta que Gilda enlaza, ante todo, con la “dignidad”: “merecer”, “aparecer”, “ser reconocidas” en su existencia, y que luego define como “retorno”, “inversión”, “desplazamiento”, “cambio” (“Memoria y revuelta…”, 69). No hay aquí nada de exotismo, ni tampoco la simple consideración de las variables culturales y sociales presentes en el ejercicio escritural, ¡no!, Gilda será enfática y se posicionará siempre en sus escritos postulando la radicalidad de la escritura cuando se sitúa en la perspectiva relativa a la diferencia sexual que se intersecta, a su vez, con muchas otras diferencias. “Diferencias diferentes” que son siempre “diferencias quemantes”, como sostiene en el ensayo que abre Paso de pasajes…, éstas son: “clase”, “raza”, “generación”, “disidencia sexual” (“Cuerpos escriturales…”, 37) y, según agrega en otro de sus escritos, “locuras varias” (“¿La ciudad de las mujeres? …”,156). La insistencia en estas “diferencias diferentes”, tan “quemantes” para el sistema capitalista-colonial-patriarcal-heteronormativo, es el posicionamiento que Gilda asume y a partir del cual se nombra “escritora-crítica feminista” (“Cuerpos escriturales…”, 36) aquí, allá o acullá. (Re)afirmación de un lugar situado que, sin embargo, no obedece al atrincheramiento en un lugar soberano. En su columna de opinión titulada “La dicha feminista”, leo un “anhelo” del “feminismo radical”, según declara Gilda, a saber: pensar y actuar “para ir más allá, siempre más allá” (401). Leo eso y repito en mí: Paso de pasajes. Crítica feminista. Luego pienso: anhelo que el libro es, y que retomaría para esbozar la posición de la “crítica feminista heteróclita” que es, en sus propias palabras, Gilda (“De cara…”, 27). Pero, ¿qué posición es esa que se sitúa más allá, siempre más allá? Esa posición es un no-lugar y que, a mi parecer, hace posible comprometidamente un “nomadismo como creadora-investigadora a la intemperie” (“Cuerpos escriturales…”, 44), puesto que, ‘allí situada’, Gilda cuestiona incesantemente todo lugar, toda soberanía y todo poder. No-lugar del que ella nos habla de tantas maneras en su libro, por ejemplo, bajo la (im)posible figura de ese espacio que es “Nepantla. ‘La tierra de en medio’ ” (véase “Amasijo…”, 45-64) y que le exige una “pisada tenue”, “a pie pelado” (“Memoria y revuelta…”, 65) para responder, con una responsabilidad hiperbólica, de y ante las “diferencias diferentes” en su quehacer escritural. Nomadismo estructural de Gilda que, por otra parte, conecto con eso que ella llama –en su breve escrito sobre la película La Nana de Sebastián Silva– “metodología de la sospecha” (302). Sospecha evidente contra el sistema capitalista-colonial-patriarcal-heteronormativo, pero también incesante sospecha ante toda categoría fija y cerrada, incluida la de las “mujeres”, categoría que Gilda asume tan sólo como “categoría abierta”, como “significante parcial o provisional” (“¿La ciudad de las mujeres?…”, 156) para no sucumbir frente al peligro de borrar las “diferencias diferentes” y, más aún, borrar las tensiones que existen entre ellas, tensiones a las que Gilda apuntará sin pudor y que asumirá críticamente siempre. Es en esa apertura y en esa asunción responsable de las tensiones que Gilda escribirá sobre las “mujeres” en las crónicas de Pedro Lemebel, incluso sobre aquellas que encarnan terribles “diferencias diferentes” como Mariana Callejas, mujer cómplice de los poderes torturadores y asesinos en dictadura (véase “¿La ciudad de las mujeres? …”, 161-162). Así también Gilda escribirá sobre las “diferencias diferentes” entre dos mujeres escritoras y lectoras una de la otra, Simone de Beauvoir y Violette Leduc, de las que bastaría con mencionar, por ahora y a modo de ejemplo de su “(des)encuentro”, que la primera habrá escrito Memorias de una joven formal, mientras la segunda un libro titulado nada menos que La bastarda (véase “Lectura/escritura…”, 277-288). No puedo dejar de aludir aquí a las tensiones que Gilda pone en escena críticamente entre las feministas “blancas”, “letradas”, “heterosexuales”, “burguesas” y las “feministas lesbianas” (véase “¿La ciudad de las mujeres? …, 169). En suma, tantas y tantas tensiones que la mano de Gilda no deja de escribir y que, sin embargo, no son meros atolladeros, porque ellas permiten a Gilda ir más allá, siempre más allá, con un paso atento y sinuoso que no borra ni la singularidad ni la contradicción cuando va más allá…

Interrupción (obligada) de este escrito

Hubiese querido continuar escribiendo y decir algo de esas heterogéneas herencias que leo en Paso de pasajes. Crítica feminista, porque Gilda lee y escribe sobre escritoras y escritores venidos de tan disímiles ‘lugares de origen’ que su reunión bien puede ser catalogada como inaudita o, más radicalmente, su reunión inaudita puede llevar a pensar que, tal vez, el origen está desde siempre perdido. Me quedo, entonces, con la pregunta por un arraigo tan sólo posible en el desarraigo. Aún más, hubiese querido hilar de tal manera las palabras que pudiese haber llegado hablar de eso que denominaría (reivindicativamente) ‘promiscuidad intelectual’, porque para sus propias elaboraciones ‘teóricas’ Gilda manosea tanto libro, tanto autor y tanta autora (así, Jacques Rancière, Eliana Ortega, Françoise Collin, Eugenia Brito, Maribel Mora Curriao, Judith Butler, Paul Ricoeur, etc.). También hubiese querido hablar del lugar destacado que tiene en este libro la lucha por el aborto libre, seguro y gratuito para todas las mujeres, lucha contra el mandato violento de la maternidad obligatoria y que se traduce en una gran cantidad de escritos de opinión en los que Gilda será enfática en señalar que: “Así como podemos decidir embarazarnos y contribuir a la perpetuación de esta especie –si es que así lo deseamos–, podemos abortar dicha opción libre y soberanamente” (“Cuerpos secuestrados…”, 406). Hubiese querido… pero, en el transcurso de esta escritura mía, caí entre las manos de ese virus de la “influenza” del que tanto hablan en TV para no hablar de ciertas cosas y, entonces, fiebre, escalofríos, dolor muscular lacerante. En definitiva, cuerpo enfermo, imposibilidad de escribir. Me río delirante por hacer manifiesta esta condición en mi propio escrito, pero me digo: ¡qué más da!, si Gilda ha incluido en su libro un hermoso ensayo sobre el cuerpo enfermo titulado: “Curva cerrada: figuraciones del cuerpo enfermo en Simone de Beauvoir” (véase 235-244). Y es que no se puede aislar la vida del pensamiento, como no se puede aislar una sonrisa de un rostro, dijo por ahí Simone (perdónenme, pero ya no puedo ni buscar la referencia exacta, mejor será soltar resignadamente este escrito mío, en su incompletud y en su imperfección, aunque no sin agradecerles antes por su escucha).

 Valparaíso, 5 de julio de 2019

[1] Según el diccionario en línea de la RAE, la palabra “ventrílocuo, cua” procede del latín venter, -tris ‘vientre’ y loquus ‘que habla’. La definición del término allí consignada es: “Dicho de una persona: Que tiene el arte de modificar su voz de manera que parezca venir de lejos, y que imita las de otras personas o diversos sonidos” (Recuperado de https://dle.rae.es/?id=bZfbObw). Sirviéndome de la figura del ventrílocuo, hago alusión al hecho de que, por motivos de salud, no pude estar presente en el lanzamiento del libro en cuestión, sin embargo Claudia Montero se ofreció generosamente a leer mi texto.

[2] Judith Butler, “Prefacio (1990)”, El género en disputa, Editorial Paidós, Buenos Aires, 2018, 37. Traducción de María Antonia Muños.

[3] Emmanuel Levinas, “Más allá del rostro”, Totalidad e infinito, Ediciones Sígueme, Salamanca, 1999, 267. Traducción de Daniel E. Guillot.

[4] Cfr. Emmanuel Levinas, “Creación y misterio”, El Tiempo y el Otro, Ediciones Paidós, Barcelona, 1993, 133. Traducción de José Luis Pardo Torío.