Pensamientos, poslectura, sentires sobre «Paso de Pasajes. Crítica Feminista» de Gilda Luongo

por Rosario Fernández Ossandón

Feminista.
Doctora Sociología (Universidad de Londres)

Me levanté un día en medio de la noche y escribí:
es el paso del tiempo entre las sábanas,
son traspasadas por él.
Guadalupe Santa Cruz. Esta parcela

Lo que les leo a continuación no pretende ser un análisis de Paso de Pasajes. En el prólogo del libro intento ofrecer una posible rúbrica de lectura. Ahora, lo que deseo es simplemente contarles algunos pensamientos y sentires poslectura, palabras que ya leí en el primer lanzamiento pero que se fueron transformando, tanto por el paso del tiempo como por otras experiencias, propias y cómplices con mi querida Gilda.

El trazo entre escritura y feminismo produce –sugiero- un lugar, un sitio en el cual nos podemos quedar, arrimar un rato para desplegar -en un cierto tipo de lenguaje- el ímpetu de nuestras luchas, de nuestros deseos. La escritura permite, en cierto sentido, decir algo en la pausa de sentarse y dejar correr la mano que traduce en su movimiento la memoria y la proyección. Ese lugar- el de la escritura y el feminismo-, pienso, podría ser una quietud en movimiento, una danza que nos mueve, emplaza el pensamiento, y nos seduce a lo político.

La escritura feminista, podríamos pensar, es una danza política.

Pienso en lo provocador de la danza propuesta por Gilda, provocadora de destellos. Su danza, en tanto crítica feminista, fue muchas veces sentido como un lugar de riesgo, de sospecha, lugar vigilado por las instituciones académicas, el canon y las distinciones disciplinares patriarcales. Así lo relata en la entrevista dada en la Radio Universidad de Chile el pasado 3 de julio. El proceso para devenir escritora, docente, indagadora, para hacer crítica feminista y transdisciplinaria, requirió una lectura, una lectura amorosa de la propia escritura, identificando sus puntos de inflexión, de quiebre, de posibilidad en su sentir.

Estos quiebres la invitan a volver a mirar sus escritos para conformar Paso de Pasajes, donde su escritura feminista es una danza que, en su invitación a movernos, a pasar por pasajes sinuosos y hacer estallar los muros, nos da –también- un lugar de refugio. Al menos eso fue para mí cuando lo leí. No solo la lectura de cada ensayo –en su contenido y forma- se ofreció como un refugio, sino que el conjunto, la puesta en escena de su conjunto, el ejercicio de juntar estos textos me parecía un refugio al cual Gilda nos estaba convidando. Esta escritura feminista reunida es, para mí, una invitación política amorosa, una política de los afectos.

Siento que para ella la escritura podría ser un lugar de refugio de sus ideas, de sus preguntas, de aquello que la moviliza, que la inquieta. Pero la re-escritura, el retornar a los textos – algunos más antiguos y otros más nuevos- volver a escribir en ellos, sobre ellos, regresar para marcarlos, mirarlos, y con ello recordar, hacer memoria de ese trabajo escritural, de ese ejercicio feminista de pensar desde la memoria de nuestros pliegues escriturales, me imagino este volver –hacer camino dudoso y enérgico entre palabras- podría también ser un refugio, pero uno distinto. Incluso, uno distinto a la escritura autobiográfica. Pienso en los textos – que tanto adoramos- de Simone de Beauvoir donde intenta entender su propia subjetividad a partir de la experiencia y la política. Pienso también en el libro de Gilda Diario de Viaje De(s)madre Italia donde nos cuenta sobre sus complicidades y reajustes vitales. Estos escritos son un volver a la experiencia, pero con líneas de escritura nuevas.

El ejercicio de la re-escritura en Paso de Pasajes, es otro tipo de refugio. Uno marcado por la insistencia en hacer memoria amorosa de la propia escritura. El trabajo memorioso o de leer contramemorias ha sido objeto de Gilda en sus ensayos. Ahora, ella lo hace con el suyo. Durante este tiempo tenía la imagen de Gilda en su cuarto propio mirándose, observando sus palabras, ojeando sus reflexiones. Tenía la imagen de ella en una silla, apoyada en una mesa, habitando su hogar, morando sus textos, revisitando sus antiguos hogares, acomodándose, haciéndose un lugar. Me preguntaba cómo sería revisitar, así de este modo –con el objetivo de hacer un libro- sus manuscritos.

Y, además, revisitar sus escritos a sus sesenta y pico… en un momento vital complejo, añosa como dice ella, con la libertad del cuarto propio, pero también con los sentires de otro cuerpo, uno que nuevamente entra bajo sospecha. Pienso en la memoria de su cuerpo, el traspaso del tiempo, haber resistido -con la vida misma- en dictadura, sentir la derrota de la supuesta alegría de la supuesta democracia. Y quiero imaginar que ese cuerpo intuye la urgencia del activismo, de la crítica y del feminismo hoy. Así como, tal vez, Julieta Kirkwood entendió la urgencia de su enfermedad -la cual la emplaza a lo urgente no solo en la acción, sino que también la convoca a la reflexión y, tal vez, más urgentemente a la vinculación entre acción y reflexión- Gilda también es situada en la vinculación entre ética y política a través de la acción de escribir. Es que su cuerpo, creo, deviene un espacio productivo, creativo, un espacio imagino no sin dificultades, no sin goces, de un feminismo con otrxs.

Siento la escritura como un lugar –un morar- de posibilidad, de permanencia conmovedora por su contenido y por su propuesta estética de responsabilidad de sí pero siempre con otrxs. Su mano, así como la de otras escritoras, traza líneas que rodean, figuran, fisuran amablemente, buscando el disenso y el diálogo, buscando hacer política de lo íntimo, hacer de lo personal algo político, consciente de la (in)mortalidad de su pensamiento y de la urgencia del quehacer feminista. Experiencias del cuerpo que dejan una impronta sutil y profunda que Gilda, así como Julieta, explorará desde la duda indagatoria y la experiencia incardinada como lugares feministas de transformación.

Pienso, entonces, en la relación entre intimidad y política. Un tanto cansada de la distinción liberal público/privado, pensaba en el acto político de quedarse en el lugar de la intimidad y hacer de él una irrupción política. Irrupción porque ese quedarse no responde a las demandas de productividad, ni a los acuerdos de silencio posdictatoriales, ni a las demandas de visibilidad. Porque muchas veces pensamos que hacer feminismo es la lucha allá, en LA POLITICA, y lo es sin duda, pero también lo es en la danza de la quietud, en ese quedarse, minuciosamente -y me imagino a ratos placentera y a ratos agotadora- memoriando la escritura.

¿Y para qué momoriar la propia escritura, por qué danzar en el cuarto propio, por qué hacer política íntima? No sé si tengo una respuesta clara. Pero me quedo rumeando en nuestras precariedades y las violencias múltiples de una sociedad del olvido, de la falta de justicia y de la labor de feministas, de escritorxs y sujetxs subalternos de resistir, de insistir, de interrumpir, de incomodar.

Gilda y su escritura es parte de una genealogía de mujeres, feministas, y sujetxs que escribieron, escriben, hacen una otra escritura que fisura, irrumpe, fracciona los guiones patriarcales, racistas, homofóbicos de la literatura oficial, de la historia oficial, denunciando las violencias durante la dictadura y en esta democracia cautelada, sujetada por políticas neoliberales y que nos mata de a poco y de golpe.

Gilda, y su trabajo de escritura amorosa y memoriosa –esa escritura que insiste tozudamente en la memoria como estética de sobrevivencia- incomoda profundamente al sistema y sus formas de opresión y castigadoras de las diferencias. Y lo hace celebrando, visitando, marcando caminos sinuosos de sujetxs que también escriben desde otros lugares, lugares contaminados, mezclados, lugares al borde, lugares entre-medio, lugares de resistencia.

Solemos, al menos algunxs de ustedes y yo, sentirnos raras, fuera de lugar, y aprendemos muchas veces a disfrutar ese lugar. Pero, al menos para mí, ese goce es con-otrxs, con otrxs a quienes nos arrimamos, con quienes nos cobijamos, nos encontramos en esa mirada cómplice para sentir, al menos por un momento, que estamos juntas, que bailamos juntas.

Por eso imagino -en el prólogo de su libro- que este repertorio de ensayos es un archivo feminista vivo. Archivo porque hace el trabajo memorioso de guardar pensamientos de resistencia, y vivo porque nos hace todo el sentido en el actual contexto protagonizado por mujeres que alzan la voz, se organizan, se movilizan ante el acoso, el abuso, por nuestros derechos y por nuestra necesidad de existir en nuestras diferencias, disidencias, disensos. Su libro es una invitación a celebrar nuestras diferencias, una compañía cómplice donde refugiarnos para encontrar allí energías para nuestras luchas. Y hoy agrego, con mayor convicción, es un reportorio profundamente amoroso; una invitación a sentirnos.

Valparaíso, 5 de julio de 2019